jueves, 17 de septiembre de 2009

Simplemente fútbol, simplemente tenis

Breve, sofocada voz debajo de la superficie.
De nada sirve, lo sé, pero no puedo dejar de decir que es, por lo menos, preocupante que los argentinos estemos tan huérfanos de motivos de orgullo que el logro particular de un futbolista o un tenista sean nuestra única ocasión para festejar. Hemos caído en la penosa tarea de recurrir al triunfo deportivo como nuestra única posibilidad de unirnos detrás de una única consigna. No creo que ir o no al mundial sea hoy una prioridad, no creo tampoco que el triunfo de Del Potro tenga la trascendencia que le han asignado, es simplemente fútbol, es simplemente tenis, tan sólo un juego que no es prioritario cuando ganamos y tampoco cuando perdemos. Podríamos entregarnos a la embriagadora sensación de la victoria si tuviéramos despejados todos los caminos, si no pesaran sobre nosotros todas las dislocaciones que nos hacen tambalear permanentemente. Pero tal vez por esa misma sensación de desprotección, de injusticia, de avasallamiento es que necesitamos una válvula de escape y el único que ofrece ese minúsculo oasis siempre es el deporte. Vivo en Tandil, fui testigo auditivo del barullo provocado por el retorno del joven héroe a esta tierra. Observo su imagen multiplicada en la pantalla como en un prisma, lo veo siendo coronado como ciudadano ilustre mientras le entregan las llaves de la ciudad. No puedo evitar preguntarme ¿no habrá nadie más que se haya ganado tal reconocimiento? ¿Es el máximo merecedor de todos los halagos en una ciudad tan grande? En un país donde ignoramos al que piensa e idolatramos al superficial, en un país donde nos convencen de que si alguien trabaja o estudia sencillamente pierde su tiempo, donde los científicos - incluso habiendo alcanzado el Premio Nobel- fueron olvidados, y hasta nos dimos el macabro lujo de ponerle un revólver en el corazón al magnífico doctor Favaloro. En un país que tiene un dios tramposo y adicto, una devoción profunda por los mediocres, una pasión sobreactuada por cuestiones sin ninguna importancia, en un país como el nuestro encontramos un pueblo que proclama la agonía permanente, el maleficio, el holocausto. Nos movemos con soltura en mitad de la catástrofe y todo está por derrumbarse a cada instante. Un país con medios canívales, con un gobierno desquiciado, con un campo voraz y devorado, una ciudadanía a la deriva, periodistas mercenarios, políticos buitres, justicia ciega y sorda y muda y paralítica. Un país donde se comercia con la vida y con el hambre, con la salud y la desesperación, donde todo es moneda de cambio y la pobreza es un espectáculo obsceno y recurrente. Acá, en nuestro país, hoy lloramos emocionados porque un muchacho adolescente y millonario regresa con un triunfo que no nos pertence, aunque quiera compartirlo, no nos pertenece. En nada nos cambia, en nada nos mejora, en nada nos alivia. Pero somos tan afectos a las cortinas de humo que sonreímos felices como niños y enarbolamos con orgullo una bandera que en otras circustancias más importantes no hemos sabido defender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario